"Hay, indudablemente, peligrosas maneras de hacer el bien"[1] había leído por ahí. Fue justo lo que nos pasó a mi padre y a mi. La aserción le calzaba más al viejo ya que por entonces yo era un muchachito que disfrutaba el día a día y soñaba con jugar bien al fútbol alentado -vehementemente- por los otros cinco pibes que jugaban en mi equipo los sábados que no íbamos al campo.
La pregunta de Malena la otra noche cuando cenábamos en lo de los Lamas, me trajo toda aquella historia al presente, tanto, que me fugó de la conversación animada, los ruidos de la fina vajilla y la voz de la encantadora anfitriona, Julia, quien con naturalidad casi animal nos mantenía presos de esas reuniones tan convencionales.
Santos había sido el peón más calificado de "La Querencia", un hombrecito morochazo, flaco y fuerte como una vara de junco. Su destreza con los potros era envidiable y hasta tantas leguas más allá del horizonte se había extendido la leyenda de ser "el encantador de caballos" que una vez lo fueron a buscar los de Remonta y Veterinaria. Un par de subtenientes creídos de sabiduría sobre estos hermosos animales, un cabo que manejaba el camión que los llevó al campo y el famoso General Romero se presentaron allí y pidieron hablar con mi padre. Rosita les explicó que vivíamos en la ciudad y que tendría que venir a conversarnos aquí. Contaron Raúl y el más chico y hasta la propia Rosita que "los otros dos", refiriéndose a los novatos oficiales, mostraron fastidio, pero que el gesto les duró poco porque Romero desvió la mirada, la posó sobre los muchachos y les dijo todo sin abrir la boca. Aún a pesar de ésto, desafiante, el subteniente Agostaray le pidió a Rosita, sin ningún tipo de encanto, que le diera el teléfono de nuestra casa en la ciudad. Por aquel tiempo las cosas se manejaban de otra manera: recién cuando llegábamos a la estancia nos enterábamos las novedades. Nada de llamados telefónicos, las cosas en el campo, quedaban allí hasta que mi padre preguntaba y se le anoticiaba. "La ternera guacha ya está mejor Don Esteban!, comunicaban con orgullo y alegría los peones; o "si viera usté lo que son los potrillitos de la Mancha y de la Coca!... ¡una hermosura!" con indisimulabre estimación del caso.
No había teléfono en La Querencia, y además, Rosita era analfabeta.
Después de conversar y matear un buen rato en la casa, mi padre montaba a Miller, bien puesto el recado y precisa la cincha; hermoso caballo que parecía esperarlo y hasta se ponía inquieto cuando las hábiles pericias de Juan -un peoncito ayudante- lo preparaba para salir a recorrer el campo.
Así lo perdíamos de vista. Julián, mi hermano, y yo, esperábamos ansiosos ese momento para empezar a corretear por ahí no más, no muy lejos de la mirada atenta de Rosa que no nos perdía de vista y que a pesar de ello no pasaba un solo día de visita en que no tuviera que aliviarnos de las consecuencias de un aterrizaje en un ortigal, rasguños de cortezas de árboles que no dejan que los trepen así nomás y heridas varias, trofeos dolorosos de las felices aventuras que vivíamos mientras mi padre salía en busca de Santos que siempre andaba "allá adentro" amansando a una potranca o poniendo a punto un futuro caballo de polo.
Ese fin de semana nos enteramos de la visita del General Romero y su interés por el empleado más preciado por mi padre. Aunque notamos una rara expresión en su cara cuando regresó de su paseo y se apeó bajo el paraíso más viejo del patio dejando a Miller con el recado, cinchado y sin palenquear; fue mayor el asombro cuando lo vimos caminar hacia la cocina despacito, pensativo, como preocupado y le despreció los mates y las tortas fritas a Rosita. Sentado en la cabecera de la mesa grande, de madera buena y vieja, quieto como una estatua; después de un rato solo movió la lengua y un poco los labios
- ¿cómo se le dice que no a un tipo como éste?
Solo Rosita parecía entender lo que pasaba, pero a la pregunta se la había hecho para él no más. [2]

Me inquietó ver así a mi padre. Yo sabía que él era de los que no se achican ni ante las luces malas, que dejan temblando al más pintado, y que se había pasado la vida diciéndole no a quien se le pusiera delante, por más encumbrado que fuera. Vi los dedos temblorosos de Rosita que palpaban el bordado de la mantilla que cubría sus hombros y parecía no saber dónde ponerse. Cuando ella encontró mi mirada se dio vuelta bruscamente, fue a sentarse en la sillita de esterilla que era su bien más preciado y se puso a atizar el fuego del brasero. El silencio nos envolvió.
La imagen de San José Carpintero que estaba sobre el arcón parecía esperar que mi padre siguiera con su soliloquio y hasta la cabeza del chancho jabalí que sobresalía de la pared encalada, y que miraba siempre hacia los barrotes de la ventana cubiertos de helechos, como pidiendo volver a sus matorrales, parecía haber clavado sus ojos ahora en la nuca entrecana y sudada de mi padre.
Me sentí muy incómodo, salí a la galería tratando de imaginarme el encuentro de los dos hombres que hasta ese momento creía conocer muy bien, pero el resplandor estridente del horizonte me hirió los ojos. A la orilla de la lagunita, con las botas embarradas estaba él, inclinado dando de comer a las nutrias. Parecían fascinarle esos bichos, se pasaba horas mirándolos a la caída de la tarde.
Los roedores dejaron de comer por un instante y me clavaron los ojitos. Las cabras que acababan de ser guardadas en el corral por el Tuerto Guerra, enmudecieron, estiraron sus pescuezos y miraron fijamente a las nutrias. La pucha, tanta mirada y tanto silencio.
Creí ver en lontananza un gran bulto que se acercaba. Parecía un rebaño de avestruces avanzando con gran alboroto. ¿Serían las huestes del General? Era demasiado pronto. ¿Qué estaba pasando?
Ya se había decidido alojar al General Romero en un cuarto de los del primer piso que daban al poniente, de los más frescos por sus techos de totora con tirantes de quebracho. Sus hombres, si es que llegaba acompañado, se podrían arreglar en las piecitas del este, al lado del fogón de la matera.
Yo no podía sacarme de la cabeza la figura del mozo ése que ahora parecía tan disputado y nunca me había llamado la atención. Tenía el pelo color jarilla quemada y unos ojos amarillos huidizos. ¿Por qué nunca me preocupé por saber de dónde había venido ni la razón por la que mi padre lo distinguía entre los demás? Me sentía invadido por una oleada como de vaga angustia recelosa. No sabía por qué, pero presentía que un asunto como éste, aparentemente tan banal, tan acostumbrado, era una de esas ocasiones en que el alma más cándida y tranquila puede sentir ganas de matar. [3]

Que Rosita sabía bastante de este embrollo, no me cabe ninguna duda y también que el General Romero era hombre de pocas pulgas y no necesitaba de nadie cuando se le metía algo en la cabeza, tal vez porque siempre tenía la justa.
En cuanto al mozo más preciado por el patrón, de ojos huidizos, buen jinete y cumplidor, de cabellos amarillentos de tanto andar al sol con la cabeza mojada, tengo la intriga de qué familia provendría y en qué se había metido el mozo éste para que el General Romero lo buscaba como a un botín, como si por algo le pertenecía. Pero Rosita sabía bastante de todo ésto estoy segura, aunque por ahí me equivoco, pero el mutismo del patrón daba qué pensar, su estado de ánimo y el rechazo al mate y las tortas fritas a Rosita, también. El mozo éste ¿se habría metido en un brete peligroso como quedarse con un caballo ajeno? o ¿sería cuestión de polleras? ¿Acaso algo mucho más serio? [4]

Aparecieron los milicos y se presentaron sin trámites solicitando hospedaje y toda la información que se tuviera sobre el peón que buscaban. El padre aceptó con la condición de que cualquier conversación o encuentro con el peón lo harían junto a él, de lo contrario no les diría nada. Ahí Romero se puso un poco violento pero trató de disimularlo. Peores estaban los que lo acompañaban. Ni siquiera trataban de disimular la portación de armas, y peor aún, se les notaba la frialdad y la convicción de que las usarían en cualquier momento si la familia seguía protegiendo al buscado.
Durante la sobremesa de la primera noche los visitantes introdujeron a otra persona en el tema: Dorita, la hija del dueño del campo vecino que al parecer también había ayudado mucho a nuestro amigo. De hecho, ella había sido quien convenció a mi padre de emplearlo cuando el chico apareció por la zona.
Finalmente fue espantoso lo que pasó. Habíamos sospechado hasta las peores cosas, pero nunca que se trataba de la chica esa. Al final, lo único que se lamentó verdaderamente fue lo que le pasó al padre de Facundo. Había tenido justa razón en plantársele así al milico ése; lástima que no la sacó barata. Tiempo después me contaron que a Rosita se le apagaron los ojos; aquellos negros como una noche sin luna se volvieron blanquecinos, sin vida.[5]

Rosita era uno de esos seres , se podría decir, cándidos ; ingrávidos y gentiles aunque no por eso descifrables . Más bien hablamos de uno de esos seres inabordables pero cuya nítida y contundente presencia podría decirnoslo todo de ellos si pudiesemos conectarnos con otra clase de energías más sutiles. De todas formas, todo haría parecer que habria que esperar el transcurso cadenciosamente lento , denso , taciturno del tiempo, de las horas y los días y sus infinitos sinsentidos... [6]

La cosa se había puesto tan oscura y confusa que era imposible no sospechar lo que finalmente ocurrió. Arrebatados de ira ante el silencio de mi padre que al conocer las verdaderas intenciones de los visitantes no les soltó prenda sobre el peoncito, aún cuando lo ataron y golpearon hasta el cansancio; decidieron presionarlo conmigo, me sujetaron a una de las patas de esa mesa gigante y amenazaron con matarme si mi padre no hablaba. Tal vez porque cuando uno es joven no tiene miedo a nada, yo estaba bastante tranquilo, sólo me preocupaba hasta dónde llegarían con mi padre y si eventualmente se desquitarían con Rosita.
Mientras todo esto sucedía en la casa; llegó corriendo el más pequeño de los hijos de Gustavo; un chiquilín flaquito y flexible como una varita de sauce, los pelitos cortitos revueltos y la expresión desencajada
- ¡lo vi! lo ví! ¡iba corriendo rapidísimo para el lado de lo doña Elisa!
- ¿está seguro usté? - le preguntó el general anticipando con la voz un reto por si mentía.
Y prosiguió dirigiéndose, luego, al dueño de casa
- ¡nunca imaginé que lo iba a proteger tanto a ese gusano! ¡Parece que no existen jerarquías en este lugar! ¡Una verdadera vergüenza... señor... ! (el título de cortesía había sonado más a ironía)
Todos los que se encontraban en el salón guardaban silencio y a excepción de los subalternos de Romero, a los otros no les amedrentaban ni el tono ni las palabras del reconocido militar; pues alli y a esas horas ya reflexionaban sobre otras cosas; planeaban algo en silencio, pero unidos por el cariño y una complicidad histórica. Hasta Rosita, quien -sin ser ni parecer, jamás, desafiante, sino todo lo contrario- nunca le bajaba la mirada a nadie; cuando el niño terminó de decir y sin reparar en la potencia ni la amenaza que fluyeron de la voz del general, había entornado los párpados viejos, finitos, dibujados por las rayitas del tiempo y el sol; y parecía repasar vivazmente un itinerario de lomas y sembradíos, de lagunas, arroyos y montes conocidos, muy conocidos. Sí, los iba viendo claramente sobre el piso, aún a través de esos mosaicos blancos y negros que parecían un gigantesco damero sobre el que se movían delicadamente los jugadores.
"Faltan los caballos no más" hubiera concluido Rosa de haber sabido que existía un juego que se llamaba ajedréz. Sólo cuando el patrón le pidió tan amablemente como siempre, como si nada grave estuviera pasando, que trajera la botella de licor de naranja; se le notó una pequeña pero indisimulable sonrisa al momento de levantar la cabeza para asentir con respeto, darse vuelta y dirigir el cuerpo hacia la despensa. [7]

Rosita era tan leal y tan valiente que no dudó un solo momento. Tal vez su falta de experiencia en una situación tan inesperada como angustiosa le jugó una mala pasada. Había entendido perfectamente el gesto de su patrón y sobre todo el verdadero mandato: en la alacena en donde se guardaban las bebidas y otros alimentos, también se escondían un par de escopetas. Como si toda la energía de la juventud le colmara el cuerpo y el espíritu, desde la puertita de la depensa giró rapidamente y encañonó directamente al general:
- lo mato, lo mato! dejen al señor en paz y desaten a Facundo ahora mismo!- les advirtió y ordenó.
El factor sopresa lo había podido todo, y también, por que no, el miedo. El mismísimo general soltó al patrón quien se levantó un poco torcido pero sin perder tiempo fue en busca de la otra escopeta y reiteró la orden de desatar a su hijo.
Luego, en el momento más tenso y mientras controlaba que Facundo estuviese bien, el séquito de Romero salió disparado de la sala y enseguida empuñaron sus cuarenta y cinco. Todo era caos, desde afuera y por las ventanas, los miliquitos apuntaban a los de adentro y gritaban
- salga General! salga! lo estamos cubriendo!
Rosita, más segura aún, no sólo le apuntaba al mandamás, sino que le apoyó los caños de la escopeta en la cabeza. Pero el patrón sabía más de estas cosas: cinco tipos desde afuera eran una amenaza letal, así que calmó un poco a Rosa e intentó persuadirla para que aflojara. Rosita no quería, se le veía en sus ojos las ganas de terminar con el maldito en ese mismo momento. Gracias a Dios no lo hizo porque hubiese sido una masacre. Después lo miró a Facundo, le hizo un guiño que el muchacho entendió y fue el primero en levantar las manos y rendirse. A Rosita le sacaron la escopeta y le propinaron un fortísimo golpe en la cara, cayó desplomada.
Después todo ocurrió muy rápido. Dejaron a Rosita tirada en el suelo y llevaron al patrón y su hijo hacia el establo. Esperaron un rato hasta que la tarde empezara a caer y con ella el resto de los peones y empleados, y a medida que eso sucedía los iban haciendo ingresar al galpón en donde se los ataba como al resto. A pesar de los golpes y el maltrato, nadie dijo nada sobre el peoncito que los milicos buscaban.
Cuando se rindieron ante el valor de toda esa gente y sospecharon que ya nada más podrían hacer al respecto, decidieron dejarlos y salir ellos mismos montando sus caballos y adentrándose al campo en la dirección que habían escuchado del chiquilín que trajo la única noticia que se sabía del supuesto maleante.
Luego calcularon que ya estarían bastante lejos del lugar y empezaron a zafarse de los nudos. Justo a esas personas que trabajan el día entero enlazando y sujetando se las iba a amedrentar o inmovilizar con unos nuditos rasposos? Enseguida se soltaron y se pararon delante de su patrón para esperar las órdenes.
- tenemos que salir enseguida! -dijo, -pero tomemos todos los atajos que conocemos
- sí señor, pero ya nos sacaron mucha ventaja... usté cree que...
- ¿ventaja Juan?... ¿ventaja?- gritó facundo- ¡esos miliquitos montando Holsteiners puros y otros maricas cuatro patas nos pueden sacar ventaja? ¿eso pensás? deben estar abombados porque no conocen el campo... ¡aún si fuéramos enancados nos adelantaríamos! ¡dejate de jorobar!... agarrá al "Moro" o al tordillo de mi hermana y andá por la enramada hasta que llegués a lo de Zenón. Avisale a la mujer que él está acá desde anoche y que le ordene a todos los suyos que vayan para el lado de "La Julia"... ¡andá! ¡dale!
Y cuando estaba por dejar el galpón, boleó a Miller y tironeó para la izquierda; se acercó hasta donde estaba su padre y se inclinó hasta que alcanzó su oído para decirle, susurrando:
- llevale el Winchester... pero también lo otro que tiene escondido en su pieza...
Se incorporó, lo miró directamente a los ojos y agregó:
- los dos sabemos que se maneja mejor con esas cosas...
Asintiendo con la cabeza, se quedó mirando cómo se iba, hermosísimo, sobre Miller. Entre orgulloso y desahuciado se dijo para sus adentros: "no hay modo de detenerte... saliste igual a tu madre"....
- ¡Cuidate Facu! alcanzó a decir cuando reaccionó. Unos instantes después, al perderlos de vista, volteó hacia la peonada que esperaba, sumisa, las órdenes de su patrón.
- si alguno no quiere ir y prefiere quedarse a cuidar la casa, se lo entenderá. Eso también sirve por si aparecen más... pero si alguien quiere rajarse del todo, que lo haga ahora y desaparezca para siempre, porque si algún día me lo llego a cruzar, ¡donde fuera!... juro que lo cuereo con mis propias manos!
Una vez dicho eso, y como si hubiera recuperado el vigor que tenía treinta años atrás, salió y atravesó el patio grande, largo, corriendo; sorteando eucaliptos, paraísos y sauces; saltando matas. Entró en la casa principal y levantó algunas cosas; después se fue hacia la casa de los peones para revolver la pieza de su empleado.
Mientras corría, hacia uno y otro lado, repetía para sus adentros: "matrerito de mierda.... si éstos no te hacen cagar, te voy a matar yo mismo..."
Y las gotas de sudor desaparecían de su cara. Las tragaba el gesto de una sonrisa agitada. [8]

- Pará, pará, pará! Repetime la última parte, no estaba prestando atención...
Como le pasaba casi siempre cuando escuchaba alguna historia, llegaba al punto en que se transportaba a otros lugares... indescriptibles, lejanos, extraños. Era más que posible que se hubiera detenido a recordar el día en que conoció a Plácido Domingo, Mirella Freni y Sherrill Milnes o estuviera mirando con ojos de satélite google earth un cuadradito encerrado entre los nombres Talcahuano, Tucumán, Lavalle y Uruguay. O no, acaso se estaría preguntando por qué el viejo Hemingway tomaba sus dos tragos preferidos en dos lugares distintos de La Habana si debía ser lo mismo.
- bueno, te repito (...)
- ¿sabés que hay algo que no entiendo?
- ¿qué?
- no entiendo porqué estoy yo aquí haciendo esta tarea y no tu hijo que es el que tiene que exponerla
- será porque sos su maestra particular?
- ah sí?- y agregó - entonces tampoco entiendo por qué estás vos haciendo lo mismo. El chiquito brilla por su ausencia y nosotros nos comemos el seso
- vamos, no te pongas en maestra ciruela. Los dos sabemos que ahora le dan a los pibes cosas que ni los profesores entienden...
- es verdad... entonces deberíamos dejar todo acá y que Danielito se las arregle solo y haga cualquier cosa, total... tampoco van a entender nada!
La carcajada con la que cerró la frase me contagió. Tenía razón, eramos dos pelotudos intentando hacer los "deberes" de un vago de catorce años
- bueno, sigamos- dijo
- "Ya se había decidido alojar al General Romero en un cuarto de los del primer piso que daban al poniente, de los más frescos por sus techos de totora con tirantes de quebracho. Sus hombres, si es que llegaba acompañado, se podrían arreglar en las piecitas del este, al lado del fogón de la matera"...
- ¿quién escribió este cuento?
- "Anónimo", pero figura dentro de la literatura gauchesca
- ah- y se quedó pensando. No estaba convencida.
- no me parece...
- ¿no te parece?
- no... ¿estás sordo? Me hacés decir las cosas dos veces, al pedo! No me parece por cómo viene la historia. Esa profesora no entiende nada...
- podés explicarte mejor?
- bah, no sé... digo yo. Para mí no es del género gauchesco, quiero decir, que no fue escrito durante el furor de ese estilo
- por?
- ya te dije! Por cómo viene la historia! La historia en sí transmite otra cosa que no es lo típico de aquella época
Me quedé callado. Había dos posibilidades: que estuviera en lo cierto o que, simplemente, se le hubiera metido en la cabeza. Se me ocurrió decir:
- y... los datos del autor no ayudan...
Se rió estrepitosamente al mismo tiempo que se levantó de la silla y empezó a caminar por la sala
- estuviste bien! "los datos del autor no ayudan"! A esa me la voy a guardar!
- bueno, guardate lo que quieras pero ayudame así terminamos con ésto de una buena vez
- dale- y enseguida preguntó -¿donde está Daniel?
- en fútbol
- en fútbol?... Ah bueno! Ahora los gurises van a "estudiar" fútbol? En nuestra época no era así...
- no, es verdad, nos hacíamos en un baldío del barrio. Pero ahora... ¿dónde encontrás un baldío?
- uh, sorry! cierto que el dotor vive en Recoleta!- y después de la ironía, cambió de tema
- la verdad es que te quedaron muy bien todos las refacciones que le hiciste al departamento...
- dejate de joder y ayudame. Lo vas a hacer o no?
- sí, perdoname
Dejó de recorrer cada rincón, de hojear cada libro atractivo de la biblioteca y de tocar todos los cuadros que colgaban de las paredes y se sentó otra vez frente a mi
- qué era lo que tenía que hacer Danielito con este cuento?
- ah no! me estás sacando!- se me rió en la cara y yo le expliqué por enésima vez -lo que tiene que hacer es leerlo, comprenderlo, buscar significados de palabras o frases y por último imaginar el final, que no se lo dieron
-ah, cierto
-estamos?
- estamos
Seguí leyendo en voz alta:
- "cuando el niño terminó de decir y sin reparar en la potencia ni la amenaza que fluyeron de la voz del general, había entornado los párpados viejos, finitos, dibujados por las rayitas del tiempo y el sol; y parecía repasar vivazmente un itinerario de lomas y sembradíos, de lagunas, arroyos y montes conocidos, muy conocidos. Sí, los iba viendo claramente sobre el piso, aún a través de esos mosaicos blancos y negros que parecían un gigantesco damero sobre el que se movían delicadamente los jugadores"
- pará! pará!
-qué
- Daniel lo tiene que contar tal cual o lo que él interpreta?
- no sé, supongo que tendrá que intentar reproducirlo lo más fielmente posible...
- y no le puede agregar cosas de su cosecha? por ejemplo de eso que acabás de leer, hacer un parate, mirar a la profesora y contarle lo que él entiende y explicarlo?
- no sé...
- pero estaría bueno! sería mejor ejercicio!
- bueno, tendríamos que preguntarle a Daniel
- preguntarle? Acaso no soy su maestra particular? El pendejo va a hacer lo que yo diga!- y se reía, malvada- ¿desde cuando se censura la imaginación? ¡deberían entrenarlos en eso!
- uh, ya vas a empezar de nuevo con tu bendita cantinela?
- no, solo digo algo muy cierto y muy bueno
- okeeey.... ¿seguimos?
Leí todo el cuento hasta donde se lo habían dado a mi hijo. Ella escuchó paciente, quieta en su sillón, haciendo como que prestaba atención
- te estoy escuchando, eh?
- si, jaja, mirá cómo me rio...
Y yo seguía; llegamos al final que no era el final y la miré como esperando la conclusión, la que tendría que exponer Daniel.
- bueno, empecemos- dijo -primero, que no pertenece al género gauchesco... segundo que... ¿podés poner un poco de música che?, dale..
- bueno ¿qué querés?
- no sé, algo de nuestra época
Ese "nuestra época" me incomodó un poco, ella lo notó y sonrió
- no sé, a mi me gusta "El último de la fila", Manolo Tena... pero a vos te gustaban más los Doors o la Joplin..
- eh, eh, eh... cuidado! todavía me gustan, pero no eran de esa época... Bueno, poné algo de Tena o García
- Charly?
- no boludo.. Manolo!
- ¿Tena?
- ah! sos re boludo! Manolo García, el de El último de la Fila! Ya estás gagá con treinta y pico?
- decime lo que quieras pero terminemos con esta cosa de una vez!
- bueno che, qué humor... ¿todos los jueves te ponés así?
A veces no la soportaba. No porque me molestara esa especie de disociación constante en la que parecía transcurrir su vida, sino porque tenía la habilidad de transportarme de un lugar a otro, recordar tiempos distintos que se hacían uno muy confuso con su presencia, el cambiar de tema constantemente. Era casi agotador, pero a pesar del esfuerzo que hacía para seguirla, me gustaba...
- hey! "Tierra llamando a Carlos".. ¿a dónde te fuiste?... ¿te enojaste? Dale, te prometo que me pongo seria y terminamos con esto de una vez y nos tomamos algo.... A propósito ¿qué tenés para el garguero?
- lo que quieras Negra, cerveza, vino, whisky... lo que quieras
- ok, dale
- ¿qué te sirvo?
- no! dale con el cuento! después te digo
- sos vos la que tenés que decirme sobre el cuento... para eso te pago! Hoy estas insoportable
- cierto.. bueno, ¿donde quedamos?
- dijiste que no era gauchesco, nada más
- ok, sigo. Seguro fue escrito después del ochenta y tres, pero creería que no al toque, un tiempito después... El tipo, o tipa... no maneja muy bien ese pretendido género, me parece, quiero decir, no es de aquellos que escribían en esa época de furor... y me parece que el autor se mantuvo en el anominato a propósito... me parece.
Yo la escuchaba, y entre sorprendido y no tanto, me reía por dentro; pero la dejé seguir con sus delirios de siempre.
- delirando? eso dijiste? que estoy delirando?
- no! ni abrí la boca... te estoy escuchando y tomando nota
- ah, bien. Sigo... ¡Pará! Ahora ayudame vos: djiste que Daniel tiene que explicarlo y ponerle un final?
- tiene que contarlo con sus palabras e imaginar un final
- ah, cierto. Pero escuchame, hay cosas que no cierran, y si no cierran para nosotros ¿cómo las va a entender un chico de catorce años?
Ya me había metido en la bolsa. Era su manera sutil de hacer que nos enlistáramos en su cruzada, así que solo pregunté
- ¿por ejemplo?
- hay datos que faltan... y mucha cosa "abierta" viste?
- si - sólo le seguí la corriente, lo único que me importaba era terminar con esa maldita tarea. Empecé a maldecir a Daniel en silencio. El pendejo le estaba dando a la redonda mientras yo tenía que someterme a los devaneos de la Negra
- un ejemplo ¿cuántas casas se describen en el cuento? Por lo menos tres!... La principal, la de los peones y un galpón
- si...
- vos qué crees? en cuál de ellas dejaron al General Romero?
- en la principal! Dónde si no? Vos, Negra, tenés menos Pampa que Paris Hilton!
- ah si? dónde has visto una casa principal... un casco de estancia de dos pisos pero con techo de totora? esa era la casa de los peones o la servidumbre!
- Rosita me parece que no era "servidumbre"...
- no señor! sí lo era.. pasa que en el campo aún se respeta la edad y la entrega de las personas
- bueno, de acuerdo.. pero no es de jodidos alojar a un general en la casa de los peones?
- justamente!
- entonces?
- entonces que por algo lo hicieron! está clarísimo que ahí empezó la guerra!
- qué guerra?
- la guerra! el odio!
Yo no entendía nada, pero tampoco me importaba. Solo iba engranando cada vez más con Daniel...
- también está el tema del "peoncito", ése, el preferido ¿por qué preferido? eh?
- para mí que porque era un experto en caballos... un habilidoso de esos que no se encuentran así nomás, el mejor...
- sí, puede ser... o no. Qué tal si se escondía otra cosa detrás, digamos... más sustancial, más ideológica?
- ideológica? Por qué tenés que meter la ideología en todos lados? ¡Es un simple cuento de campo!
- ¿eso creés?
- si!!- dije casi gritando- y ya me estoy pudriendo!
- bueno, calmate y no te enojés. Otra pregunta, creés que Daniel podría mandarse con dibujos en el pizarrón?
- qué?
- sí, dibujos y cuadros sinópticos y de enlaces, digo... para articular mejor...
- ¡qué se yo!
- si, sorry, vos no tenés que saber... ¡qué pendejo de mierda! ¿A qué hora vuelve?
- no sé, en una hora más o menos
- bueno, entonces después le preguntamos. Sigamos, pero si me preguntás a mi, yo haría cuadros y dibujos en el pizarrón...
- a ver... ¿dibujos de qué, por ejemplo?
- la jugada de ajedrez...
-¡¿qué jugada?! Yo no leí sobre ninguna jugada! Me podés decir qué fumaste hoy? ¿Quien te está vendiendo?
- ja, ja, ja... ¡el mismo que a vos! ¡no te hagás el gil!... Mirá, el tema es que hay una parte del cuento, la previa al enfrentamiento que se puede adivinar o imaginar con el trazado de una jugada de ajedrez.. Leé de nuevo la parte en que Rosita va a buscar el licor... sí, esa! pero empezá unos renglones antes...
Yo, leí otra vez, llegando al punto en que creí que explotaría de cansancio y rabia.
- ¿ves? ahi está, dice cómo estaban ubicados los de la casa y Romero y los suyos... Si Danielito lo pone sobre un tablero de ajedrez en el pizarrón... ¡ya está! ¡qué grande!
- vos estás muy loca
- puede ser, pero no estoy tan errada...
- de acuerdo, supongamos que Daniel puede y quiere hacer eso... decime, cuál sería la jugada?
- ah... a eso imaginalo vos! Acaso no sos mejor que yo? Ni una vez te pude ganar! Además yo juego instintivamente, vos sos en enfermo que dice "J4 a P16" luego enroco y hago la P50"!!!
- está bien, pero entonces marcame lo que creés que pasó y yo dibujo la jugada...
- buenísimo! pasó que cuando Rosita deja de contemplar el piso y acata el pedido de su patrón...
Ella seguía relatanto algo extrañísimo y yo la oía sin escuchar. En realidad me atraía más intentar seguir toda su delirante hilación que el episodio puntual. Empecé a recordar viejas épocas en que el denominador común siempre era esa especie de delirio con el que condimentaba su vida; esos partidos de ajedréz en el estudio que a veces duraban semanas, sus desapariciones cuando encontraba alguien para amar, los cafés y las cervezas compartidas en casi todos los bares de la ciudad...
- la dibujaste?
- si, sería más o menos así
- perfecto, sigamos con otro cabo suelto...- yo ya ni la escuchaba
- está el tema de la chica que se menciona al principio, me parece que no fue cuestión de polleras, fue otra cosa
- ajá, seguí
- el padre de Facundo... ¿cómo se llamaba?... sí ese, bueno al tipo lo espicharon... lo sacaste ahí, en la jugada?
- no! si después apareció en el galpón!
- ah, tenés razón, entonces murió al final
- vos decís que lo mataron?
- si
- no surge de lo que tenemos hasta acá...
- y no! pero no es que tiene que imaginar el final? Daniel tiene que decir lo que a mi se me ocurre porque si no ya mismo te dejo solo y me voy a tomar unos tragos con Andrea en la cocina!
Derivó de vuelta y me preguntó qué preparaba Andrea para la cena. Como le contesté que no sabía, dejó la sala y fue corriendo hasta la cocina. Aproveché para prender un habano y servirme un Johnnie Walker. Me tiré en el chesterfield de tres plazas que habíamos comprado hace poco y con vértigo de flashes repasé los últimos años de mi vida. De paupérrimo había logrado este estatus que se me aparecía como imposible cuando allá en Uruguay yo le daba, también, a la pelota en un campito baldío de Villa Constitución..
- hey! volvé! a dónde te fuiste? ¿empezaste solo? lindo amigo me mandé...
Se sirvió una medida para ella y ordenó:
- sigamos...
Me incorporé, tomé los papeles y la lapicera y la miré como un alumno
- está el tema de Rosita, otro de los personajes principales, hmmm, ¿para vos se murió tambien? ¿o no?
- ¡qué se yo! y por qué pensas que todos se murieron? Qué visión más negra del tema!
- y... porque así viene la mano...
- esta bien, dale, seguí, decí cualquier cosa pero terminemos con ésto
- okey, terminemos. Andrea me invitó a quedarme para la cena... está haciendo lomo a la pimienta
- bueno, bueno... dale
- sigo. Fijate que con el tema de Rosita desculás que el autor es contemporáneo
- ajá...
- ¡no me contestés como a los locos! ¿te diste cuentá porqué?
- por Serrat...
- exacto! ¡ése sos vos! volviste!
- si, si... como pompas de jabón, dale, seguí
- el chango, el peón perseguido por Romero se escapó y se escondió y ahí se armó el tole tole... ¿por qué huía de Romero? eh?
- ni idea, decime que escribo
- ¡porque lo iba a chupar boludo!
- ah, no! basta! me harté! Siempre el mismo argumento amiga? No podés pensar en otras cosas, en otras historias, en el amor... ¡qué se yo! Mirá si lo perseguía porque dejó embarazada a la hija! eh? Y quizás esa es la chica de la que no entendemos nada...
- no, no creo. La verdad que lo de recién fue de puro culo
- qué cosa?
- lo de Serrat
- ah si?
- si, te avivaste por la cadencia musical de la frase y no porque estuvieras razonando...
- ah, mirá vos, ahora tenés la capacidad de meterte en mi cabeza
- "ladrona de mi cerebro"... los Redondos... ¿te acordás? Me lo dijiste muchas veces...
Y sonrió mordiendo el filo del vaso ancho antes de mandarse la última gota dorada de Juancito Caminante
- servime otro mientras sigo- me pidió
- y como hago para escribir? esperá
- bien
- Te acordás la parte en que el hijo del patrón... ¿cómo era?
- Facundo
- sí, eso, Facundo le pide al padre que busque el Winchester y "lo otro" que el peón tiene escondido?
- si...
- y agrega "que se maneja mejor con esas cosas"?
- si
- ¿qué eran esas cosas?
- no sé... ¿otras armas?
- exacto! ¿qué otras armas se usan en el campo, bombón?
- ni idea
- bueno... yo tampoco lo sé, pero casi siempre son escopetas o pistolones. Para mí que se refería a nueves o a cuarenta y cinco... otra muestra de actualidad
- si vos decís...
Estaba cebada, tal vez por efecto del segundo whisky que solo manchaba de dorado el fondo del vaso, y así, continuaba sin escucharme
-¿en dónde tenés un diccionario?
-¿para qué?
-porque no sé qué es un “Holsteiner”
-¿y para qué querés saber? ¿sos boluda? ¡lo dice el cuento mismo!.. pará que te releo (…) ¿viste? dice “montando”; ¡es un caballo! y de pura sangre, “puro” dice… mirá…
Se acercó a mis papeles y leyó como si no creyera lo que le decía. Después se apartó e insistió
-si, pero y el diccionario…¿dónde? ¿por acá?
-¡para qué mierda querés un diccionario!- dije mientras ella revolvía una biblioteca- ¡no hagamos esto tan complicado! es un caballo de raza y el pendejo le dice a los peones que ni con esos animales podrían contra los de ellos, que supongo que serían criollos… o por orgullo nomás
-ahhhh… ¡miráte, che, “experto”!.... además… ¿qué quisiste decir con eso de que lo hago complicado? se te escapó ¿no?, ¿o querés que tu hijo te salga tan pavote como el ochenta por ciento de los estudiantes del país? –y continuó- ¡si te tomaste la molestia de molestarme… ahora bancate esta molestia de hacer las cosas bien!
-y quién te dijo que estás haciendo las cosas bien?
-yo…
-ah, cierto… toda una autoridad… y autoreferencial…
-¿ves? – dijo, sin escuchar mi ironía y compenetrada en el tema- ¡es otro dato para poder imaginar el final!... “el Holsteiner es una raza equina originaria de Europa con características ideales para la monta de salto”- leyó y siguió- “los comenzó a importar a nuestro país el Coronel Edwin Day… da…da…da… en el año 1972”… ¿ves? ¡no me creés lo que te digo y tengo razón! ¡El autor del cuento es contemporáneo!
-bueno, tenés razón… ¿de dónde sacaste el diccionario?
-de ningún lado… ¡levantá esa cabezota!... google, acá, en tu notebook….
-ah
-sigo con el cuento ¿si?... Romero y los milicos andaban en esos caballos… así que otro dato es que ¡eran re pijos los chabones!
-“¡eran re pijos los chabones!”… ¿”eran re pijos los chabones”?!... ¡Por Dios!...¡¿querés que le diga a Daniel que tiene que decir eso?! ¡no! ¡vos estás loca del todo!
-eh… -empezaba a reir- y bueno che! ¡para estos casos te dije que iba a necesitar lo de los dibujitos en el pizarrón!
Explotamos en carcajadas. Ella escupió todo lo que tenía en la boca, y lo que ya le había pasado, le salió por la nariz
-¡me ardeeeee! –decía, gritando, mientras el whisky y otros fluídos caían sobre la nueva moquette blanca de pelo largo
-sos re boluda…¡paráaaa!
-¡no puedoooo! ¿no ves que no puedo? -se reía al mismo tiempo que escupía y se agarraba la cara- ¡ay! ¡me arde boludooo!
Llorábamos de la risa, y que –además- estábamos gritando lo advertí cuando la ví a Andre parada en la puerta. Seguro se había acercado a ver qué pasaba. No entendió nada pero tampoco me pareció que le importara; supongo que le bastó con chequear el que estuviéramos bien. La Negra le hizo una seña con la mano, como quien pide disculpas cuando se manda una cagada manejando. Mi mujer asintió con la cabeza, dio media vuelta y regresó a la cocina con Pilarcita.
-¡boludo!
-¡boluda vos!
-¡no! ¡vos! porque me hacés reír…
-¿yo te hago reir? ¿yo te hago reir? ¡pero si te estás cagando de risa desde que empezamos! ¡Nunca tomaste esto en serio!... Pobre Danielito… no sé qué mierdas le vamos a decir…
- ¡eh…loco....! –impostó la jerga de los chorros- así no... eh? por acá está todo bien entedé? ¿eh?... quedate piola y no va a pasar nada, eh vieja?
-¿podés parar de boludear?
-bueno – exhaló fuerte, largo; se tocó el abdomen, se arregló un poco el pelo y agregó- pero si me traés una cerveza. Me parece que estoy medio en pedo y tengo que neutralizar el whisky de mierda ése que me diste.
Me levanté y me dirigí a la heladera. Ya en la cocina Andrea me retuvo preguntando qué pasaba. Le conté la misma versión de siempre que no era otra cosa que decirle la verdad. En ese momento se abrió la puerta de servicio y entró Daniel. Tiró la mochila sobre la mesa, desafiando el diario reproche de su madre y me preguntó
-me hiciste lo del cuento?
-en eso estamos hijo…
-bueno, me voy a jugar un rato con la pley… Má.. ¿cuándo comemos?
-pronto
Regresé a la sala y encontré a mi amiga sentada en mi sitio. Ahora ella fumaba. Un Virgina Slim ultra fino “cuando me quiero hacer la linda...” solía confesar. Leía con fruición mis apuntes. Me acerqué con el porrón de Bud y se lo extendí. Ella, sin sacar la vista de mis notas tomó la cerveza y balbuceó
-esto… esto… -y un tanto seria- esto… es…
Se levantó, caminó hasta la ventana, miró por unos momentos la hermosísima vista del río, tomó cerveza del pico, después se dio vuelta y -sonriendo- me dijo:
-¡te mandaste solo!… escribiste todo lo que pasó acá… desde que empezamos…¿eso hiciste no?
Yo no le contesté. Sentía un poco de vergüenza
-está lindo… qué se yo… de verdad.... pero ahora…¿qué le decimos a Daniel?[9]
.
FIN [10]
...
Notas:
[1] Cita de Eduardo Wilde.
[2] Domingo
[3] Lilia
[4] Laurita
[5] Carla
[6] Eugenia
[7] Marta
[8] Carlos
[9] María
[10] er dani